Escenas de la vida de bohemia
Desde que irrumpieron en Europa en el siglo XV, los gitanos han ejercido una gran fascinación en el universo literario, plástico y musical. A partir del mito de esta etnia de vida nómada, errante, sin ataduras y libre de convencionalismos burgueses, se empieza a valorar por encima de todo la libertad creativa del artista, aunque eso conlleve el fracaso y el rechazo ante el público. La literatura, la pintura, la música contarán historias de jóvenes talentos destinados a vivir en la miseria para defender su arte, historias que se alimentarán del imaginario colectivo de los gitanos y vagabundos, quienes compartirán con los artistas su forma de vivir más libre y más autentica. Este entusiasmo por la vida bohemia alcanza su cenit el siglo XIX cuando los artistas se refugian en la buhardillas y en las tabernas de París. Convencidos de su talento e incomprendidos por la crítica, vivirán, como los gitanos, una marginalidad y una miseria que será, poco a poco, mitificada como premisa de libertad artística y espiritual. La fascinación por “la gitanería” ha ejercido también poderosamente sobre el pueblo llano. Creo que fue a principios del siglo XX, no sé la fecha exacta, cuando se implantó en Donostia la popular fiesta de “Los caldereros”, en memoria de los bohemios que venían del Este y, cruzando la frontera con Francia, desembocaban en San Sebastián, ofreciendo a su paso servicios para el arreglo de pucheros y calderos, aunque más bien, esa palabra, “calderero”, me da la impresión que proviene de las carnestolendas que se celebran en febrero antes de la Semana santa; aun recuerdo a mi abuela cuando de pequeña me cantaba la canción que entonaba la gente recorriendo la ciudad disfrazada de zíngaros y montada en los carros de las caseras: “Caldereros somos de la Hungría, que venimos a San Sebastián”. Por otra parte, el personaje de “la gitana” ha influido poderosamente en el arte, sobre todo en la literatura. De todos es conocido el de Esmeralda la Zíngara de la novela “Notre Dame de París”, de Victor Hugo, el de “La gitanilla”, de Cervantes y el de “Carmen”, de Prospero Mérimée, paradigma de la mujer libre, sexual y dueña de su destino y que George Bizet, con su ópera homónima, elevó a mito universal. La magnífica e interesante exposición titulada “LUCES DE BOHEMIA”, organizada por la FUNDACION MAPFRE, en su sede del paseo de Recoletos de Madrid, nos trasporta a este singular y complejo mundo, representado por los pintores más relevantes desde el siglo XVIII hasta mediados del XX. La muestra comienza en la época de la Ilustración, cuando los gitanos fueron, a menudo, retratados de forma elegante y un tanto irreal, prediciendo el futuro a grandes damas por medio del pincel de pintores galantes como Boucher o Watteau. Pero es en el romanticismo cuando el “influjo bohemio” alcanza su esplendor. De todos es sabido la atracción que ejercía Andalucía y los gitanos españoles sobre los artistas ingleses. Una muestra de esta tendencia son las dos obras, teñidas de cierto misterio, de Sargent, presentadas en esta exposición, “Campamento gitano” y “El baile español”. Sin embargo la gran popularidad de la bohemia viene de la mano del escritor Henry Murger y sus “Escenas de la vida de bohemia”, obra que junto con su posterior ópera “La boheme”, compuesta por Puccini, consagran de forma definitiva el mundo de los cafés, de las buhardillas y de los aspirantes a poetas y pintores; en esta muestra se exhiben los preciosos bocetos de los decorados, figurines y carteles de Hobenstein de su estreno en París. Debo apuntar que la fama y popularidad de “La boheme”, influyó de tal manera en España que Amadeo Vives compuso la deliciosa zarzuela “Bohemios”, cuyo “himno de los bohemios” o canto a la libertad, tuvo un éxito extraordinario y, años más tarde, Pablo Sorozabal la ópera breve “Adios a la bohemia”, con libreto de Pío Baroja, desde un punto de vista de la bohemia trágico y sombrío. Con el impresionismo a partir de Courbet y Manet, la presencia de las clases marginadas en el arte resulta cada vez más frecuente. “La gitana y sus hijos”, de Courbet, o “El bebedor de agua”, de Manet, aspirar acercarse a lo real y alejarse del tópico romántico sobre los gitanos. Por su parte, Vincent Van Gogh resume de forma magistral este concepto con su serie de “Caravanas” A finales del siglo XIX, la bohemia se identifica totalmente con París y Montmartre. La vida nocturna se mueve alrededor de los cabarés Le Chat Noir, Au Lapin Agile y el Moulin de la Galette. Desde Van Gogh a Toulouse Lautrec, desde Rimbaud a Satie, todos sienten su irresistible influjo. Un ambiente que queda reflejado en las obras “Le moulin de la Galette”, de Signac, o el “Rincón de Montmartre”, de Vincent van Gogh. Los artistas españoles no escaparán a este influjo sublime y melancólico. Santiago Rusiñol, Ramón Casas y Picasso lo viven en primera persona sumándose a las privaciones y aventuras de la vida bohemia y que después tratan de imitar en Barcelona alrededor del ambiente de Els Quatre Gats. Un último apunte. Junto con el preciosista y decorativo Anglada Camarasa e Isidro Nonell, también está representado en esta singular y magnífica muestra, nuestro Juan Echeverría con su notable obra “Corro de gitanos”, cedida por el museo de Bellas Artes de Bilbao.
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