SOROLLA Y LA LUZ DEL NORTE

Rompeolas
Es sabido que el mar era uno de los temas preferidos, probablemente el que más sedujo al  pintor Joaquín Sorolla.
Nacido en Valencia a orillas del mar, desde niño debió de percibir su gran fuerza plástica, la fascinación del movimiento del agua y su renovar incesante en la sucesión de los cambios de tiempo y de las estaciones.
El mar Mediterráneo, concretamente el de la costa levantina, es el que con más frecuencia plasmó en sus lienzos, captando como nadie su luz en las distintas horas del día, el agua, sus transparencias y reflejos o la refracción de los cuerpos en sus aguas.
Sin embargo no rehuyó el reto que suponía la luz de las costas norteñas,  más suave y matizada, con sus nieblas, brumas y cambios constantes de tiempo.
Hay una deliciosa y pequeña tabla, titulada “Playa de San Sebastián”, de cielo gris y mar verdoso; desde la playa, dos figuras femeninas parecen otear el horizonte y en la arena aparecen los charcos que ha dejado la marea baja y que reflejan el cielo. El apunte realizado con cuatro rápidas pinceladas capta el momento de forma magistral.
Playa de San Sebastián

A principios del siglo XX, se pone de moda entre la aristocracia y las clases pudientes el veraneo en el Norte de España, sobre todo Santander y Guipúzcoa, San Sebastián Zarauz, Guetaria y también la playa francesa de Biarritz.
Durante los veranos de 1917 y 1918, Sorolla y su familia se instalan en San Sebastián. El pintor ya goza de un éxito notable y por lo tanto de una posición acomodada.  Entre los numerosos lienzos, que realizó hay una que llama poderosamente la atención, se trata del titulado “Rompeolas, San Sebastián”, en el que Sorolla parece querer emular a los maestros impresionistas franceses por su paleta vigorosa de gran pincelada. Representa un paisaje tormentoso de nubes color violeta sobre un mar verde grisáceo surcado por olas enormes que avanzan hacia el rompeolas, mientras una pequeña multitud contempla el espectáculo. En contrapartida a este, otro lienzo, “Mar de Zarauz”, realizado en la plenitud del ocaso y en donde las nubes, rosáceas, violetas y naranjas, que ocupan las tres cuartas partes del lienzo, se desplazan tumultuosas sobre un mar azul turquesa.
Mar de Zarauz

Los cuadros y apuntes de playa es un tema que le interesa especialmente, el lugar donde capta el ambiente cosmopolita de la época. La playa se convierte en escenario y exhibición de la alta burguesía. “Bajo el toldo, playa de Zarauz”, pintado durante el verano de 1910, muestra a toda su familia sentada sobre bajo el toldo protector, que no se ve pero que se intuye, elegantemente vestida.  “Antonio García en la playa”,  suegro del pintor, sentado sobre una mecedora con un veraniego traje  blanco y canotier. “Sobre la arena, playa de Zarauz”, una composición audaz y sorprendentemente moderna que recuerda el mundo de la fotografía, que el mismo tuvo ocasión de experimentar como ayudante en el estudio fotográfico de su suegro.
 Por otra parte hay que tener en cuenta que la suavidad del clima norteño brindaba la ocasión para lucir la moda de la “Belle Epoque”, en la que abundaban, sombreros, pamelas, sombrillas y vestidos historiados en las damas y trajes de tonos claros y canotiers en los caballeros. Contemplando esos cuadros playeros de Sorolla, una piensa si no se habría inspirado en ellos el director de cine italiano, Luchino Visconti, para la ambientación de muchas de las secuencias de playa en su celebérrima película “Muerte en Venecia”. 
Los distintos miembros de su familia solían ser sus modelos habituales, Clotilde, su esposa, y sus hijos Joaquín, María y Elena. Se trataba indiscutiblemente de una familia de guapos, sobre todo Joaquín y Clotilde, que posaron en numerosas ocasiones para el pintor. En sus lienzos playeros siempre aparecen ataviados con elegancia exquisita, predominando el color blanco en los trajes y complementos. En el titulado “Clotilde en la playa” un retrato realizado al contraluz, la luz se filtra a través de la sombrilla reflejando en su traje tonos violetas azules y verdes. “María en la playa de Biarritz”, la grácil y delicada figura de María, también vestida de blanco, convertido casi en violeta por los efectos del contraluz, con sombrerito del mismo color y recortada sobre un mar que reverbera y nos deslumbra. Es muy probable que también fuese su hija María la que posa para el lienzo titulado “Instantánea”, en el que una muchacha prepara su cámara fotográfica, posiblemente una kodak, tan de moda en esa época. Pintado en Biarritz durante el verano de 1906, la figura femenina con el mar como fondo, aparece abocetada con pinceladas rápidas y precisas destacando el juego del traje y de la pamela envuelta en una gasa que parecen agitarse con el viento marino. Hasta el propio artista sucumbió a la tentación de autorretratarse en la playa con el mar como fondo, en esta ocasión el Mediterráneo. En este lienzo magnífico La mirada del pintor inquisitiva y grave parece observarnos desde la arena sosteniendo los pinceles con gesto desafiante.

El color del mar
Exposición temporal
Museo Sorolla
Madrid

Escenas de la vida de bohemia

Desde que irrumpieron en Europa en el siglo XV, los gitanos han ejercido una gran fascinación en el universo literario, plástico y musical. A partir del mito de esta etnia de vida nómada, errante, sin ataduras y libre de convencionalismos burgueses, se empieza a valorar por encima de todo la libertad creativa del artista, aunque eso conlleve el fracaso y el rechazo ante el público. La literatura, la pintura, la música contarán historias de jóvenes talentos destinados a vivir en la miseria para defender su arte, historias que se alimentarán del imaginario colectivo de los gitanos y vagabundos, quienes compartirán con los artistas su forma de vivir más libre y más autentica. Este entusiasmo por la vida bohemia alcanza su cenit el siglo XIX cuando los artistas se refugian en la buhardillas y en las tabernas de París. Convencidos de su talento e incomprendidos por la crítica, vivirán, como los gitanos, una marginalidad y una miseria que será, poco a poco, mitificada como premisa de libertad artística y espiritual. La fascinación por “la gitanería” ha ejercido también poderosamente sobre el pueblo llano. Creo que fue a principios del siglo XX, no sé la fecha exacta, cuando se implantó en Donostia la popular fiesta de “Los caldereros”, en memoria de los bohemios que venían del Este y, cruzando la frontera con Francia, desembocaban en San Sebastián, ofreciendo a su paso servicios para el arreglo de pucheros y calderos, aunque más bien, esa palabra, “calderero”, me da la impresión que proviene de las carnestolendas que se celebran en febrero antes de la Semana santa; aun recuerdo a mi abuela cuando de pequeña me cantaba la canción que entonaba la gente recorriendo la ciudad disfrazada de zíngaros y montada en los carros de las caseras: “Caldereros somos de la Hungría, que venimos a San Sebastián”. Por otra parte, el personaje de “la gitana” ha influido poderosamente en el arte, sobre todo en la literatura. De todos es conocido el de Esmeralda la Zíngara de la novela “Notre Dame de París”, de Victor Hugo, el de “La gitanilla”, de Cervantes y el de “Carmen”, de Prospero Mérimée, paradigma de la mujer libre, sexual y dueña de su destino y que George Bizet, con su ópera homónima, elevó a mito universal. La magnífica e interesante exposición titulada “LUCES DE BOHEMIA”, organizada por la FUNDACION MAPFRE, en su sede del paseo de Recoletos de Madrid, nos trasporta a este singular y complejo mundo, representado por los pintores más relevantes desde el siglo XVIII hasta mediados del XX. La muestra comienza en la época de la Ilustración, cuando los gitanos fueron, a menudo, retratados de forma elegante y un tanto irreal, prediciendo el futuro a grandes damas por medio del pincel de pintores galantes como Boucher o Watteau. Pero es en el romanticismo cuando el “influjo bohemio” alcanza su esplendor. De todos es sabido la atracción que ejercía Andalucía y los gitanos españoles sobre los artistas ingleses. Una muestra de esta tendencia son las dos obras, teñidas de cierto misterio, de Sargent, presentadas en esta exposición, “Campamento gitano” y “El baile español”. Sin embargo la gran popularidad de la bohemia viene de la mano del escritor Henry Murger y sus “Escenas de la vida de bohemia”, obra que junto con su posterior ópera “La boheme”, compuesta por Puccini, consagran de forma definitiva el mundo de los cafés, de las buhardillas y de los aspirantes a poetas y pintores; en esta muestra se exhiben los preciosos bocetos de los decorados, figurines y carteles de Hobenstein de su estreno en París. Debo apuntar que la fama y popularidad de “La boheme”, influyó de tal manera en España que Amadeo Vives compuso la deliciosa zarzuela “Bohemios”, cuyo “himno de los bohemios” o canto a la libertad, tuvo un éxito extraordinario y, años más tarde, Pablo Sorozabal la ópera breve “Adios a la bohemia”, con libreto de Pío Baroja, desde un punto de vista de la bohemia trágico y sombrío. Con el impresionismo a partir de Courbet y Manet, la presencia de las clases marginadas en el arte resulta cada vez más frecuente. “La gitana y sus hijos”, de Courbet, o “El bebedor de agua”, de Manet, aspirar acercarse a lo real y alejarse del tópico romántico sobre los gitanos. Por su parte, Vincent Van Gogh resume de forma magistral este concepto con su serie de “Caravanas” A finales del siglo XIX, la bohemia se identifica totalmente con París y Montmartre. La vida nocturna se mueve alrededor de los cabarés Le Chat Noir, Au Lapin Agile y el Moulin de la Galette. Desde Van Gogh a Toulouse Lautrec, desde Rimbaud a Satie, todos sienten su irresistible influjo. Un ambiente que queda reflejado en las obras “Le moulin de la Galette”, de Signac, o el “Rincón de Montmartre”, de Vincent van Gogh. Los artistas españoles no escaparán a este influjo sublime y melancólico. Santiago Rusiñol, Ramón Casas y Picasso lo viven en primera persona sumándose a las privaciones y aventuras de la vida bohemia y que después tratan de imitar en Barcelona alrededor del ambiente de Els Quatre Gats. Un último apunte. Junto con el preciosista y decorativo Anglada Camarasa e Isidro Nonell, también está representado en esta singular y magnífica muestra, nuestro Juan Echeverría con su notable obra “Corro de gitanos”, cedida por el museo de Bellas Artes de Bilbao.

Entrevista en "El Rincón de las letras" de Radio Valentía

El pasado lunes 27 de junio estuve en el programa de Radio Valentía “El Rincón de las letras”. Fui entrevistada por Inma Blanco, letrista, compositora y miembro del grupo LA PERRA QUE TE MUERDE. Hablamos sobre mi obra en general y en particular sobre “Suite Oriental” mi libro de relatos musicales.


P: Cuéntanos de que forma crees que se refleja tu faceta de dibujante y pintora en lo que escribes.

R: Consciente o inconscientemente mi faceta de dibujante y pintora se refleja, si no en todos, en muchos de mis relatos. Hay numerosas descripciones del paisaje y del ambiente; quizás porque me he dedicado, y aun me dedico, durante los veranos a pintar acuarelas al aire libre, un poco cómo lo hacían los pintores impresionistas. Por ejemplo la protagonista  de “El pianista francés” es una adolescente que se dedica a dibujar bosques, en el “Francesca de Rímini”, un cuadro renacentista juega un papel crucial en la historia y en el “Buscando a Ravel”, la voz de la historia es una fotógrafa y guionista de cine que se dedica a buscar escenarios naturales para una película.

P: Háblanos del por qué de tus obras literarias con temática musical.

R: Desde pequeña me ha atraído la música, todo tipo de música, pero sobre todo la clásica. De hecho me hubiera gustado ser pianista o bailarina de clásico. De adolescente logré tomar clases de ballet, pero al final resultó que no tenia actitudes para ello, sin embargo también es verdad que desde niña he tenido facilidad para el dibujo, así es que me decanté por esa faceta.

P: ¿Cuál de tus facetas artísticas consideras que te permite conectar mejor con el público?

R: Curiosamente y, a pesar de que la escritura es para mí una actividad relativamente reciente, pienso que  es con lo que mejor conecto con el público, simplemente porque llega a más gente, sin embargo cuando montas una exposición de pintura, es visitada por un número limitado de personas.

P: De tu obra literaria, ¿qué crees que puede que puede atraer más a un público urbano del siglo XXI?

R: Si te refieres al público que vive en las ciudades, puede atraer al que asiste a los conciertos y a la ópera, pero también a los que comienzan a interesarse por la música clásica, ya que su lectura sencilla, les puede servir como iniciación, conocimiento y acicate para seguir interesándose.

P: Cuando vas a escribir una historia, ¿cómo la planificas? ¿prefieres tenerlo todo bien calculado y estructurado desde el principio, o tiendes más a improvisar durante el proceso?

R: Procuro tener la historia planificada y estructurada de principio a fin, su desarrollo, el retrato de los personajes y el ambiento en donde se desenvuelven. Eso no quiere decir que, ya metida dentro, no haga cambios y giros en el argumento.

P: En “Suite oriental y otros relatos sobre música”, ¿cómo fue el proceso de documentación?

R: Me documento a través de libros sobre  historia de la música y biografías de los compositores. Concretamente para el relato de “Verdi o la fuerza del sino”, acudí a la Hemeroteca Municipal.

P: ¿Crees que es importante usar grandes dosis de imaginación cuando se habla de personajes reales o es preferible ser fiel a la realidad?

R: Digamos que un cincuenta por ciento. Para que un relato resulte atractivo hay que echarle una buena dosis de imaginación y cierta intriga, pero sin falsear lo sustancial. Por ejemplo, se sabe que Verdi viajó a Madrid para dirigir el estreno de “La forza del destino”, que se alojó en una pensión de la plaza de Oriente, regentada por una señora italiana, y poco más. Pues bien, alrededor de esos pocos datos me inventé una historia gótica en torno a Verdi.

P: ¿Tienes en cuenta la perspectiva de género en lo que escribes, intentas no dar una visión estereotipada o clásica de los géneros o es algo que no tomas en consideración?

R: Naturalmente, mi intención es la de salirme de los estereotipos y crear un cuento original y, a poder ser, con sorpresa final y, también contar que esos personajes a lo que me refiero, no eran tan geniales y maravillosos, sino humanos con sus filias y fobias, sus demonios, dudas y sufrimiento a la hora de crear sus obras. Mi receta o fórmula para escribir esos cuentos ha sido una atractiva mezcla entre ficción y realidad.

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Música para educar


Artículo escrito por María Jesús Leza y publicado en el número tres de la revista Txikiplan de Bilbao, el pasado viernes 3 de Febrero de 2012


La primera memoria que conservo sobre música, la llamada música culta, fue en una circunstancia un tanto especial. Recuerdo una tarde lluviosa de invierno metida en la cama, convaleciente de una faringitis o de un fuerte resfriado, no estoy segura. Sin embargo, recuerdo muy bien que tenía un libro entre las manos; “Las mil y una noches”, adaptada para niños, y sobre la mesilla un aparato de radio sintonizado a una emisora local, Radio San Sebastián. Estaba leyendo el cuento “El viaje de Simbad” cuando de pronto aquel viejo aparato comenzó a emitir una música, dulce, exótica, embriagadora, una música acompañada de un coro femenino cadencioso, y algo triste. Al escucharla sentí un cosquilleo en el estómago a la vez que me ponía la carne de gallina y un nudo en la garganta, a pesar de mi tierna edad, pues no debía tener más de ocho años.
En ese momento entró mi madre en la habitación con un zumo de limón. ¡Mamá, mamá, qué música tan bonita! ¿Qué es?, -le pregunté con la voz entrecortada por la emoción-. Son las “Danzas polovtsianas del príncipe Igor”. Pero, ¿qué te pasa hija? No sé lo que me pasa, mamá. Me gusta mucho esa música pero al mismo tiempo me da ganas de llorar, es algo muy raro - le contesté entre hipos.
De modo que Borodin fue el culpable, el primero que tocó mi fibra sensible. Dicen que los sucesos o acontecimientos que te marcan en la niñez y adolescencia influyen durante toda tu vida, y debe de ser verdad, porque desde entonces he sido, y sigo siendo, una loca apasionada de la música rusa y de los compositores rusos: Mussorgski, Rimsky-Korsakov, Borodin, Tchaikovsky, Stravinsky, Prokofiev...
Durante mi infancia y preadolescencia la radio jugó un papel fundamental en mi formación musical. Radio San Sebastián, aparte de los seriales y la música ligera, dedicaba mucho tiempo a la música clásica, sobre todo a la ópera y a la escrita para ballet.
A principios de los sesenta ya existían los tocadiscos o pic-up, pero solamente los tenían las clases acomodadas; en mi casa sólo había un gramófono heredado de mi abuelo y al que mi hermano y yo lo teníamos medio destrozado de tanto darle a la manivela, hasta que se fastidió del todo. Conseguí tener un tocadiscos años más tarde, cuando cumplí los dieciséis. Aquel regalo, tan deseado, venía acompañado de dos vinilos long- play: la “Séptima sinfonía” de Beethoven, y fragmentos de “La traviatta”, de Giuseppe Verdi.

El año en que descubrí a Borodin, allá por la primavera, mis padres, aficionados a la música, me llevaron a un concierto por primera vez, y por eso, por ser el primer concierto, lo tengo también muy presente en mi memoria. Recuerdo que fue un domingo por la mañana en el teatro Victoria Eugenia. Tocaba la orquesta del Conservatorio, bajo la batuta del maestro Usandizaga, y casualmente el programa no podía ser más ruso: el “Concierto para violín y orquesta”, de Tchaikovsky y “Cuadros de una exposición”, de Modest Mussorgski.  Parecía que lo habían confeccionado para mí. Ni que decir tiene que salí del teatro entusiasmada y montada en una especie de nube.

Hoy en día se organizan muchos conciertos en familia dirigidos a la infancia y juventud. Eso está muy bien, pero en mi modesta opinión, son de lo más light. Suelen escoger fragmentos de obras muy conocidas y pequeñas piezas de repertorio; casi nunca se atreven a programar conciertos y sinfonías completas, temiendo que los chicos se aburran. Creo que están equivocados. Estoy acostumbrada a ver a niños muy pequeños en conciertos acompañados de sus padres, escuchando, siguiendo la música con gran atención. Mi consejo a los padres y profesores es que no tengan miedo de llevar a sus hijos y alumnos a los conciertos sinfónicos y de música de cámara, e introducirles lo antes posible en el maravilloso mundo de la música clásica.
Ahora bien, es conveniente, más bien necesario, iniciarles en el hogar y en las aulas de música de las escuelas. Hoy en día contamos con buenos equipos de compact-disc para acostumbrar a los niños a escuchar a los grandes compositores, y existen multitud de obras adecuadas para inicialos en la música culta y estimular su imaginación dentro de la propia casa. Obras completamente didácticas, como “Guía de orquesta para jóvenes” de Britten, o “Pedro y el lobo”, de Prokofiev. Resulta también sumamente interesante la música programática relacionada con la literatura y el teatro, cómo por ejemplo “El sueño de una noche de verano”, de Mendelssohn, y la “ Sinfonía Fantástica”, de Berlioz.  Por otra parte no deja de ser curioso que las obras más famosas escritas para ballet estén inspiradas en cuentos infantiles. Tchaikovski es el caso más patente, ya que se inspiró en un cuento de Perrault para su ballet “La bella durmiente”, en un relato de Hoffmann  para el ballet “El cascanueces”, y en una antigua leyenda rusa para “El lago de los cisnes”; siguiendo el mismo modelo, su compatriota Igor Stravinski, escribió los ballets “El pájaro de fuego” y “Petrushka” a partir de dos cuentos populares rusos. También Rimski-Korsakov tomó el personaje de “Las mil y una noches” para componer su colorista y sensual suite“ Scheherazade”, y no hay que olvidar “Mi madre la oca”, de Maurice Ravel, que no es ni más ni menos, que un conjunto de cuentos de Perrault. La lista sería interminable. Todas estas obras contienen argumentos fantásticos y de gran atractivo que se pueden contar e ir explicando los distintos pasajes a los niños mientras las escuchan.
Insisto, hay que dejar las dudas y temores a un lado y llevar a los niños a los conciertos desde pequeños. Yo lo he hecho con mi hijo Jorge, y hoy en día es un joven con una vasta cultura musical y amante de la buena música. Confieso que me siento orgullosa de ello.